martes, 24 de junio de 2008

El flamenco, mi padre, el niño y yo.



Mi afición al flamenco no tendría mérito alguno si conociérais la pasión que levanta en mi padre, pero lo tiene porque él nunca se preocupó de inculcárnoslo ni a mí, ni a mi hermano. El flamenco estuvo muy presente durante mi infancia y mi primera niñez porque mi padre cantaba en silencio, pero sobre todo, estuvo presente en los trayectos largos o cortos que mi familia y yo realizábamos en nuestro coche, un seat 125 color blanco de motor atronador que estuvo con nosotros desde el 77 hasta el 96, y en el que mi padre puso sus primeras y únicas cintas de flamenco. La estampa es clara: el seat blanco, mis padres sentados delante, mi hermano y yo detrás, verano, ventanillas abiertas, mi padre, su codo izquierdo apoyado en la ventanilla mientras disfrutaba de uno de sus ducados, y el flamenco.
Hubieron de pasar muchos años, pero muchos hasta que el flamenco volviera de nuevo a mí, o quizás volví yo a él, quién sabe.Comencé a interesarme por él de forma inocente, escuchando cositas sencillas, comerciales y leyendo todo lo que caía en mis manos sobre el tema. Pronto me dí cuenta de que este arte efímero pertenecía al pueblo y los libros no atinaban a recoger toda su esencia; así que empecé a comprar mucho material y a sentarme con mi padre a escucharlo y a analizarlo. Fandangos, sí pero de quién, seguiriyas, sí pero de dónde; palos, cantaores, guitarristas, mucho por aprender, pero con aficionados como mi padre mucho más fácil; y en el coche camino de Álora a repasar cantes una y otra vez. Ahora ando visitando peñas y haciéndome de entradas para los mejores festivales. Ahora cuando termina el cantaor comento con mi padre y valoramos juntos. Ahora sé que el flamenco me corre por las venas.
La primera vez que escuché flamenco en directo fue en la peña de Vélez, y el cantaor era el niño de Vélez, hijo.Ya entonces me pegó pellizco y me emocionó, pero no estaba yo aún preparada para paladear plato de tan buen gusto. Tuvo que ser en el pasado cumpleaños de mi padre cuando me quedara pegada a una silla durante más de cuatro horas no viendo el momento en que aquel hombre de voz imponente decidiera acabar con su arte. Me dí cuenta de que aquello me hacía disfrutar como pocas cosas, y que no podía perder la oportunidad de verle actuar nuevamente. Y esa oacasión tuvo lugar hace un par de fines de semana en la última olla flamenca realizada en la peña, mis padres, Bea, Ayala y yo: soleares de Triana, fandangos del sevillano, malagueñas de su padre, bulerías y cantiñas a la cara... quién da más.

1 comentario:

Beatriz Pérez Doncel dijo...

...te voy a enseñar a querer...
(suspiro)