miércoles, 17 de septiembre de 2008

Un nuevo curso al volante

Cada 15 de septiembre empieza un nuevo curso. Los institutos se llenan de estudiantes veteranos y nuevos, de docentes antiguos y recien llegados, de carreras por los pasillos, de balones en el patio, de olores hormonales y de motos rugientes a la salida.
Siempre me ha gustado empezar el curso, cuando era estudiante y ahora que soy profesora. Después de tanto descanso y despreocupación, me encanta volver a tener responsabilidades, casi que lo necesito; y vuelvo a ello siempre con ilusión. Cada otoño regreso al instituto deseando reencontrarme con alumnos y compañeros, pero sobre todo deseando conocer lo nuevo, ya sean compañeros, alumnos, materiales o como no el horario.
El horario en la vida de un profesor de secundaria, lo es todo absolutamente. De él depende su rendimiento, su tiempo libre, sus actividades extraordinarias, sus horas de sueño, y en mi caso, las horas de coche. Un bueno horario te asegura siempre un buen curso y conseguirlo no es tarea fácil, porque todos aspiramos a lo mismo: no entrar demasiado temprano, pero terminar pronto el viernes, no tener muchas clases en un mismo día,pero tampoco pocas, no tener huecos, pero sí guardia de biblioteca, no tener cursos malos y mucho menos a última hora... pejigueras, pequeñas pejigueras que en principio no parecen importar, pero que con la experiencia y el tiempo llegas a comprobar que te pueden hacer la vida bastante más fácil.
Yo además tengo el handicap del coche, soy víctima de la psicosis del docente conductor, que es aquel profesor que pasa más horas al volante que delante de una clase. Los que padecemos esta neura sólo nos preocupamos de que nuestro horario evite los atascos, y la falta de luz solar, lo que es prácticamente imposible en la mayoría de casos. Además nos encontramos incapacitados para permanecer en el centro más tiempo del estrictamente necesario, porque cinco minutos en nuestra vida de conductores nos puede suponer cuarenta minutos más de camino. No vemos nunca el momento de tomarnos una caña, porque hay que regresar, no vemos nunca la oportunidad de apuntarnos a un gurpo de trabajo, porque por la tarde se hace pronto de noche, y no nos realajamos jamás hasta que llega junio y dejamos de sufrir la pesadilla de la carretera.



Me consta que somos muchísimos los que nos tenemos que enfrentar a diario con horas de camino hasta llegar a nuestro puesto de trabajo, y me consta que delegación podría hacerlo bastante mejor para evitar que la gente de Álora trabaje en almería y la de allí en Málaga capital.
Yo no tengo miedo a los alumnos, y ellos desde luego no son los que me quitan el sueño. Me lo quita el dolor que se me mete en la pierna por desembragar durante más de veinte minutos, el picor de ojos de tener la vista fija,la pérdida de tiempo que me supone desplazarme a diario hasta mi puesto de trabajo y la solución que todos me podrían dar: irme a Álora a vivir.

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